miércoles, 23 de octubre de 2013

Dos historias sobre el nacimiento de mi hija Ireri Alejandra


Creación

No sé en qué momento abandonaste la comodidad del vientre materno. Cuando abrí los ojos, pendías de una viga del techo, al interior de una crisálida gigante. Tras el útero de tela, tu cuerpo diminuto, enjuto, enroscado, parecía ajeno a su entorno. Me crucé de brazos y me dispuse a esperar con ansia tu primer movimiento: una patadita, un guiño. Nada. Tras tu piel una película casi transparentese podía ver el entramado de la red vascular, y en su interior el ir y venir de la sangre, siempre en movimiento. Un circuito de sangre roja, por acá; un circuito de sangre azul, por allá. Pero ¿tu cuerpo en qué flotaba? Yacía inmóvil en el aire de la bolsa; no había ni una gota del antiguo mar amniótico. ¡Eso no es posible!, me dije. Para mi tranquilidad, descubrí en el suelo un cazo de cobre lleno de aquella agua de vida, ascendiendo vaporosa hasta las medianías de tu cuerpo. No cabe duda, pensé, que ésta es una nueva forma de creación. Y el sueño se fue haciendo más profundo, diluyéndose de la memoria.


13-14 julio 1991, León, Gto.


Castigo divino

para mi hija Ireri Alejandra,
en su nacimiento;
para  pedro josé delgado,
anestesiólogo,
que finalmente sabe el origen de
su profesión.



Cuando Dios juró por sí mismo que la mujer ¾al  comer del fruto prohibido y arrastrar al hombre en su desobediencia¾ estaba condenada a sufrir para siempre con los dolores del parto, el Ángel Oscuro escuchó con preocupación la terrible sentencia. Por años, la dulce victoria inicial en el Paraíso se convirtió en un triunfo amargo que le agriaba aún más su irascible carácter. Entonces, como ahora, la rivalidad entre Creador y Maligno no tenía límite. Por eso éste buscaba a toda costa la manera de revertir su derrota, y fastidiar a su rival.
¾Además ¾pensaba¾, no es justo que aquella que confió en mí ciegamente, quede a la deriva de la ira del Divino Castigador.
Hasta llegó a creer que la única solución al problema era vitar el embarazo, y exigió a los médicos avernianos que aceleraran sus investigaciones. Éstos respondieron con los más novedosos e ingeniosos métodos de anticoncepción (que miles de siglos después serían pomposamente llamados métodos de planificación familiar). El condón, la píldora, los óvulos, la jalea y el diafragma, fueron algunos de los más significativos. Destacaba entre todos la propuesta de un visionario que se atrevió a ofrecer la ligadura y sección de las tubas uterinas. Pero la alegría inicial no tardó en desaparecer al comprobarse que estos métodos no eran 100% seguros, a más de provocar con su ataque a la natalidad un sensible decremento en el número de candidatos a engrosar las huestes infernales. De nueva cuenta, las quejas de las mujeres parturientas sumió al Demonio en terribles depresiones.
            Cierto día, un diablillo menor se presentó ante el Gran Maligno, y después de prolongadas caravanas y más largos titubeos, le dijo:
¾Mi Gran Señor, enterado de la pena que le acosa, y después de meditados pensamientos, he concluido que si el problema de la natalidad no puede solucionarse sin grave deterioro en nuestras filas, el problema a resolver es, desde luego, el dolor que el parto en provoca. Por lo tanto, Maestro, lo que debemos hacer es inhibir (o evitar) el dolor, que es la esencia del Castigo Divino, del que tanto se enorgullece el Señor de Allá Arriba. ¿Por qué no dejar que el parto siga su curso y la mujer para, pero ya sin los dolores?
Y a continuación, el diablillo menor dio al Maligno una cátedra de la visionaria medicina que había desarrollado, enunciando técnicas y efectivos medicamentos de última generación. Los resultados lo satisficieron de grata manera que dio la orden de poner en práctica aquellas enseñanzas y fundar escuelas de médicos anestesiólogos, que tantos momentos amargos han hecho pasar al Gran Dios.


23 octubre 1991. Mientras la mano derecha escribía esta historia, la mano izquierda se multiplicaba para escuchar y consolar a Olivia que, después de casi doce horas de trabajo de parto inducido -y fallido-, pedía a gritos la presencia de un anestesiólogo y un ginecólogo que pusieran fin a su tormento. Muy tarde nos dimos cuenta que, por ser día del médico, yo era él único "galeno" -y futuro padre- que estaba en el servicio.

Textos tomados de Cuentos para leer en clase.

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